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viernes, 16 de octubre de 2009

El Chino Espejo

Cuando el joven Luis Chusig Jr., fascinado por el oficio de su padre, se acercó a la Universidad para presentar sus papeles de ingreso a la carrera de medicina el sistema informático le rechazó automáticamente. Entonces se enteró que por el apellido que llevaba, no cumplía con los requisitos señalados por el Consejo Universitario. Debía acreditar (es decir, ser digno de crédito) ser un criollo hijo de españoles blancos, por tanto competente para seguir estudios universitarios; así aparecieron por primera vez en la universidad estos terminajos: acreditación, créditos, competencias.


Luis, (lucho, más que Luigui) hijo de un indio quechua, de esos que no pueden ocultar su pureza, requete indio, natural de Cajamarca por más señas, migrado a Quito, en tiempos que más bien migraban de aquí, se casó con la mulata Catalina, hija de un fulano liberto dicen, es decir que fue esclavo liberado. El joven, hijo de ambos entre siete, sobrevivió con dos hermanos más: Juan Pablo y Manuela, entonces se morían por una epidemia viral venida de las porquerizas donde trabajaron los conquistadores españoles y sus encomenderos y que asoló el país por más controles que imponían en los aeropuertos y hasta en la puerta de la universidad. En su madurez dedicó su libro “Reflexiones” a fin de liberarle al pueblo de esa rara enfermedad.


Él, mitad indígena y mitad mulato, es decir lo mismo, al ser rechazado por la comisión de ingreso, se dio cuenta de la tremenda e injusta resolución. Desde entonces tomó la decisión no solo de ejercer la medicina a favor de los más necesitados que siempre resultan ser los pobres, sino también de oponerse al discrimen y a la falta de libertades; y como una muestra inicial, para ingresar a la Universidad les hizo trampa a las autoridades, se cambio de nombre y apellido poniéndose el pomposo de Francisco Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo. Quién iba a sospechar que un longo llevaría semejante exuberante nombre que derrochaba clase, si ese nombrecito aniñado sonaba tanto como el del Presbítero Vasco de Contreras y Valverde, consultor de la santa inquisición o del doctor en teología José Eleodoro Díaz de la Madrid y Unda y más que los del doctor en tocología Edgar Sanmaniego y Rojas o el de George Arroba y Rimazzo.

Así, con nombre pelucón sorprendió a los tribunales de ingreso, aprovechando que como no había propedéutico, no se darían cuenta de su extracción humilde. Ya ingresado a la universidad, (y casi a la Liga, pero si al FRIU) tarde fue cuando se dieron cuenta, en vano perdió los estribos el rector don Sanmaniego y Rojas que en plena rabieta terminó rompiendo el babero de solemnidad que llevaba puesto; el lucho, o sea el Francisco Eugenio Xavier, ya había iniciado sus prácticas en el Hospital de la Caridad San Juan de Dios con la estima de varios de sus profesores y condiscípulos, pero especialmente de sus pacientes menesterosos.

Desde entonces y por esa mala experiencia el Real Consejo Universitario decidió que entre los requisitos, junto al formulario de inscripción en el que se pone el nombre, se presente el original y copia de la cédula a color para identificarles adecuadamente, así como el ticket emitido por Servipagos y se impuso sanciones al aspirante que intentare “presentación de documentos falsos, intento de fraude y suplantación de identidad” y para que no pasen cosas como éstas se aplicó un triple filtro: se tomará examen para verles bien la cara y a los que no pasen el examen, un curso propedéutico de seis meses, calificado, a fin de comprobar su comportamiento, y entrarían solo los que hayan tenido cupo, es decir quienes cuyos padres se palanquearon con autoridades, profesores o empleados importantes de la universidad. Hecha la ley, hecha la trampa dice el vulgo, no faltará alguien, algún infiltrado, un rojo, o varios que finalmente ingresarán con trampa o sin ella.

Pero más aun, como la cholería había conseguido la llamada gratuidad de la educación, enseguida hicieron ellos mismo la trampa: eliminaron los arrastres de las asignaturas y ahora serían de pérdida de año y tendrán que pagar cuatro dólares por cada crédito y para que paguen el doble, ya no será un año sino que lo harán cada seis meses. Así, un estudiante que pierde en tres asignaturas de diez créditos cada una, significará que debe pagar por el semestre ciento veinte dólares si es estudiante bien cholo, es decir que viene de colegio fiscal como el Luis Chusig; pero si es de un privado así nomás como los colegios de donde vienen la mayoría de los hijos de los empleados universitarios, deberá pagar 6 dólares por cada crédito, es decir ciento ochenta; y, si es de un colegio tirado a pelucón (como del que creen que provenía el Eugenio de Santacruz) pagará ocho por cada uno, es decir 240 dólares. Si por alguna razón tuvo que retirarse y perder todo el curso le significará alrededor de 60 créditos, no mas hacer la cuenta.

Chusig, convertido en Espejo, finalmente formó los primeros movimientos de universitarios que se agruparon en torno a la búsqueda de la independencia de nuestras tierras colonizadas, criticó a las “autoridades”, sus pensamientos y métodos dogmáticos en la Ciencia blancardina, donde ridiculizó a quienes se jactaban de una supuesta sapiencia y autoridad basada en su vacía retórica que a la final para nada servía, pues estos nada mismo aportaron a la ciencia, ni siquiera fueron los que descubrieron el Birm, substancia milagrosa que servía para todo, a decir verdad ni siquiera descubrieron como cubrir una humita para garantizar su cocción completa. Así mismo se proclamaron científicos, académicos reconocidos entre ellos y ratificados por “sociedades académicas” que ellos mismo fundaron y a las que no dejan que nadie más entre.

Longo como era, tenía los pómulos pronunciados y hasta los ojos rasgados. De fácil identificación, fue acusado de conspirador y sedicioso por haber colocado unas banderitas (afiches políticos dicen) en el sagrado recinto conventual de la Audiencia de Quito, en cada cruz de las siete existente en la ciudad, llamando a los quiteños a ser libres. Y como le siguieron los guardias de seguridad en la moto con cámara de fotos y filmadora para testimoniar que él mismo era, fue pescado y publicado su foto y nombre original junto a su “alias” en el mismísimo Comercio de circulación nacional y en Canal cuatro repitieron una y otra vez, acusándolo de subversivo, de atentar a las buenas costumbres y a la dignidad del rey y claro por ser “Chino”.
Las autoridades, con pelucas ya ralas y baberos en sus pechos, pidieron su expulsión, le ilegalizaron su sociedad de la Concordia luego de tremendo relajo, así como su periódico Primicias de la Ciudad de Quito, que se parecía a la Sombra. Unos y otros finalmente le condenaron al cadalso, (entonces era suficiente que la televisión y la prensa dijeran que es culpable) En la cárcel, adquirió una enfermedad que a la final le llevó a su muerte pocos días después que por “humanidad” le dejaron en libertad. Pero quedó su ejemplo de conspirador y luchador por la libertad, recordado hoy en el Bicentenario. ¿Quien se recuerda el nombre del presi de la Real Audiencia de entonces, que le acuso de tirapiedras?

La Sombra…

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